Buenos días:
Gracias
por estar aquí acompañándonos en este año tan importante para nosotros pues no
en vano hemos llegado a los 50 años. Una cifra que da vértigo solo de pensarlo,
a la vez que nos sentimos orgullosos por ser la 1ª entidad de Ávila y de la
provincia que llega a esta meta tan importante.
Atrás
quedan muchos días, semanas y años de esfuerzos y angustias, muchos minutos de
reflexiones y, sobre todo, muchas personas que creyeron en lo que otras gentes
consideran causas perdidas.
Hoy
toca tener memoria histórica y retrotraerse en el tiempo. Hoy toca rendir
homenaje a los que no lo tuvieron fácil a la hora de emprender un camino
tortuoso y con muchas curvas hasta llegar aquí, al lugar en que nos
encontramos.
En
1965 Ávila era una ciudad con pocos recursos económicos, lo cual ocasionaba que
dentro del entorno familiar se atravesara por situaciones delicadas. Excuso
decir las situaciones por las que pasaban las familias con personas con
discapacidad psíquica, en aquella época los tan mal llamados subnormales,
deficientes, etc...
Son
años duros y sin ningún tipo de cobertura, o muy poca, por parte del Estado. No
hay servicios sociales.
Es la época en la que la Iglesia desempeña un papel importante para ayudar a
personas necesitadas. La iglesia de Ávila, a través de D. Bernardo Herráez,
delegado de Cáritas Ávila, acompañado por D. Alfredo Abella y D. José Santacana
decidieron buscar soluciones para las personas con discapacidad.
Y
después de arduos trabajos y largas noches de insomnio, aquel mes de junio de
1965 vieron realizado su sueño: el Centro de Educación Especial Santa Teresa de
Martiherrero estaba en marcha y ya no era un sueño sino una realidad.
En
esos años no se hablaba de calidad de vida; primero había que darles una vida
digna y considerarles personas iguales a los demás.
Ahora
podría contarles todas las cosas que hemos hecho durante estos años, pero esta
vez no lo voy a hacer. Lo más importante fue ponerlo en movimiento hace 50
años. Ahora prefiero hablar de Vds. Y de la relación que tienen con sus hijos,
hermanos o familiares que viven aquí con nosotros. Quiero que por un momento
piensen en la personalidad de cada uno de ellos, en la educación y en los
valores recibidos en la familia.
Aquí
viven personas que son felices con muy pocas cosas. No son consumistas. No es
más feliz el que más tiene, sino el que menos necesita.
Les
pediría que, por un momento, se pararan a valorar más las relaciones afectuosas
con sus hijos o hermanos, que valoraran más la buena convivencia cuando van a
casa, hacerles pasar un día agradable, disfrutar de las cosas más simples y
normales que puedan hacer con ellos. ¿Se han propuesto alguna vez, cuando están
con ellos, ser más alegres, entusiastas y positivos?
¡Ojalá
sean Vds. capaces de poner mucho más interés en valorar su amistad, su amor, la
generosidad que poseen, su optimismo y su bondad! Disfruten de las cualidades
que tienen y no añoren las que no tuvieron. Son Vds. y nadie más que Vds. los
que tienen que decidir la actitud que quieren tener ante ellos.
No
permitan Vds. que una mala experiencia les afecte y les cambie para toda su
vida. Si no pueden Vds. cambiar las circunstancias que les rodean, traten de
aceptar su realidad y asumirla. Así podrán recuperar la paz interior y la alegría
de vivir.
¡Ojalá
sean Vds. conscientes de lo importante que son para estos chicos! Son sus
referentes, sus guías y sus ejemplos a seguir por ellos.
El
buen ejemplo que puede darle la familia y los que formamos a estas personas, es
la mejor escuela que pueden tener. Vds. son el espejo donde ellos se miran. A
Vds. les admiran y les aseguro que para eso se necesita grandeza, humildad y
generosidad.
Ser
padres o tutores de personas dependientes no solo es un título, conlleva unas
obligaciones éticas y morales muy fuertes y extremadamente delicadas. Una
persona con discapacidad intelectual se integra en la sociedad tanto en cuanto
se lo permita su entorno familiar que, contradictoriamente a veces, son los que
menos creen en las capacidades de estos seres humanos.
¡Ojalá
todos Vds. aprendan a no perder nunca la sonrisa de la esperanza. Deberíamos
aprender el arte de comprender a cada uno según su individualidad. Nuestras
obligaciones para con estas personas son sus propios derechos.
Señores
y señoras hemos recorrido un gran camino y entre todos, Vds. y nosotros, hemos
construido una estructura muy importante, una estructura con forma de casa y
con unos cimientos muy sólidos. Están muy fortalecidos porque han soportado
envites llenos de dureza y amargura. El trabajo a veces ha sido extenuante,
pero, eso sí, nunca tanto ni con tantas preocupaciones como las vividas hace 50
años por D. Bernardo Herráez y D. Alfredo Abella para poner en funcionamiento
esta gran obra con mayúsculas.
Este
proyecto funcionó hace 50 años porque personas con mucho corazón y coraje y con
un sentimiento muy fuerte de servicio a los demás se entregó a una causa noble
y necesaria.
También
funcionó porque un grupo de padres creyó en ellos, les sintió cerca, les
abrieron sus puertas, pero no solo de sus casas, abrieron las de su corazón en
unos momentos donde la angustia y el desasosiego eran las únicas cosas con las
que contaban.
A
lo largo de estos 50 años han pasado por aquí miles de familias, confiando en
nosotros lo más querido por ellos: sus hijos.
A
todos los que han tenido y tienen relación con la Casa Grande de Martiherrero:
Gracias por haber estado y estar ahí. Gracias por considerarse parte de esta
familia, que no es ni más ni menos que una más entre tantas y tantas que nos
dedicamos a lo mismo.
Martiherrero
no es ni mejor ni peor que los demás. Es una familia que está viva, con
virtudes y muchos defectos, pero, sobre todo, llena de ilusiones, proyectos,
buenos propósitos y donde se respira mucho amor hacia todos los que la
formamos. Y tengan en cuenta que Vds. también forman parte de ella. ¡Cómo no la
van a formar si compartamos el mismo objetivo: nuestros chicos y chicas de la
Casa Grande!. Ellos son nuestro motor y nuestro mayor trofeo.
Por
todos los miles de chicos que han pasado por esta casa ha merecido la pena
trabajar y continuaremos haciéndolo porque este proyecto humano y solidario,
que se conoce como la Casa Grande de Martiherrero, lo merece y lo vale.
Hoy
más que nunca Santa Teresa de Martiherrero, la Casa Grande, necesita hacer
historia y gritar a los cuatro vientos que está viva desde hace exactamente 50
años. Es cierto que a lo largo de su historia la han herido algunas veces, pero
es fuerte como todos los gigantes y tiene cimientos duros, capaces de soportar lágrimas
y melancolía.
Mientras
la sociedad nos necesite y mientras Vds. quieran, esta fundación de la Diócesis
de Ávila seguirá a su servicio. Fue la primera en vislumbrar la necesidad y es
de justicia reconocerlo. Los documentos históricos lo atestiguan y la sociedad
abulense debiera reconocerlo por respeto a los fundadores y, sobre todo, por
cariño a los miles de personas educadas en esta casa.
Señores
y señoras entre 1965 y 2015 solo han pasado 50 años. Las personas pasamos, pero
esta Institución que en 1965 abrió una ventana y que hoy tiene muchas puertas,
permanecerá unida para siempre a la sociedad abulense. Este es su honor y
orgullo.