Cuando se pronuncia este nombre
automáticamente se asocia a Alfredo Abella, pero no solamente porque fuera su
marido, sino por el trabajo conjunto que realizaron por y para la sociedad
abulense desde diferentes aspectos de la vida que siempre estuvieron
relacionados con un compromiso de servicio a los demás.
Para mí hablar de Carmen y Alfredo tiene unas connotaciones muy
especiales, tanto a nivel personal como profesional. Hace cuarenta años, cuando
yo aún no les conocía, ya sabía de su existencia como referentes en lo que se
refiere a pensar en ayudar a los que menos tienen.
Pensar en el Centro de Educación
Especial Santa Teresa de Martiherrero, hoy “La Casa Grande”, es evocar los
nombres de Bernardo, Alfredo, Carmen y José. Sin ellos esta Casa no habría
existido o no habrían sido así las cosas. Formaron un “cuarteto” de solidaridad
y generosidad. Se juntaron no por casualidad, sino porque se buscaron para
solventar una dura realidad con la que se topaban día tras día. No soñaron con
un bello proyecto (como se diría hoy); para nada pasó eso, sino todo lo
contrario: se daban de bruces todos los días con una realidad que abrumaba.
Lo intentaron, pelearon por ello,
trabajaron muy duro para conseguirlo, quitaron de su vida personal muchas horas
y al final consiguieron su objetivo. Recorrieron kilómetros por los pueblos de
Ávila, sacando a chicos y chicas de una vida ingrata para darles la dignidad y
el respeto que se merecían.
De aquellas cuatro personas sólo
queda Carmen Santacana, por eso ayer quisimos estar con ella. Estamos viviendo
unos días en los que la Casa Grande ha nombrado embajadores a personas con
muchos valores relacionados con el compromiso social, es por ello por lo que
queríamos hacer una mención especial a estas cuatro personas a través de una de
ellas que es la que queda y les representa.
Carmen Santacana no ha sido
solidaria sólo con este colegio, Casa o lugar. No…eso sería simplificar mucho
su vida y sus quehaceres.
Formó un tándem muy especial con
Alfredo, su marido. Siempre diré que era sus ojos y sus manos. Algunos pensarán
que eso fue un acto de generosidad, otros sabemos que lo hacía por el inmenso
amor que le tenía. Ha sido una mujer tremendamente enamorada y aún a día de
hoy, como ocurrió ayer, aunque su memoria aparezca y desaparezca, cuando habla
de Alfredo sus ojos brillan y se iluminan con esa luz llena de paz que sólo
Alfredo era capaz de darle.
No ha tenido un hijo propio, pero
se llenó de cientos de hijos adoptivos a los cuales acunó, protegió y les llenó
de cariño y ternura.
Ha ayudado a ancianos, enfermos y
personas en situaciones muy difíciles y en riesgo de exclusión social, fuesen
de la condición social y política que fueran. A la hora de ayudar y entregarse
a causas perdidas, para ellos no existían otras etiquetas que no fueran las de
persona a la que había que ayudar, integrar y dar dignidad en una sociedad mal
repartida.
Ayer cumpliste noventa y cuatro
años y aunque la memoria no siempre esté contigo, sigues siendo la misma Carmen
Santacana de siempre. Tus gestos te delatan, tu actitud cariñosa ante los
vulnerables es la misma, tus chascarillos nos adentran en tiempos pasados y tus
besos y abrazos siguen envolviendo para proteger al que lo necesita y lo más
importante Carmen, es que aún sabes decir….”te quiero mucho”.
Sólo te pudimos dar un ramo de
flores, un pin de homenaje de La Casa Grande de Martiherrero y una tarta con
vela que degustaste junto con un grupo de chicos y chicas de esta Casa, de tu
colegio de Martiherrero.
Gracias Carm
en por tu vida
entregada a los demás. Alfredo ayer habrá sonreído y como tantas muchas veces
te habrá dicho bajito: “ves Carmen, como mereció la pena y lo hicimos bien
aunque a veces no lo entendieras”
Desde esta Casa que tanto te
debe: un beso enorme.