Escribir el principio de una historia pienso que es
más fácil que lo que yo me propongo hacer en este momento: escribir el final.
Cuando se empieza algo, sea de la índole que sea, hay miedos, incertidumbres, y
a la vez mucha ilusión, ganas de cambiarlo todo, mucha fuerza, es más fácil
actuar con objetividad, llegas a los sitios sin estar contaminado de vicios o
malos hábitos.
Han pasado veinte años desde que descubrí al
entonces conocido como Centro de Martiherrero. ¡Qué lejos quedan y, por otra parte,
qué cerca están estos días en los que toca hacer recuento! Cambié la Historia y
la Geografía por algo muy desconocido para mí: la discapacidad intelectual.
Rápidamente cambié la enseñanza a personas consideradas “normales” para
dedicarme de lleno a los que nunca podrían aprender la lista de los reyes godos
ni tampoco los ríos de España. Lo que sí podrían aprender es a ser personas de
pleno derecho, visibles. También podían optar a obtener ciertas garantías de
valerse por sí mismas. En definitiva, mis dudas se convirtieron en fuertes
convicciones y rápidamente decidí que Martiherrero sería mi sitio para ayudar a
los más vulnerables, aprender de ellos y para hacerme mejor persona.
Y aquí estoy con veinte años más, algunas arrugas,
más kilos, algunas o muchas canas y también con menos salud. A cambio de todo
esto estoy llena de besos, abrazos de “mis chicos” y tranquila y en paz conmigo
misma como consecuencia de haberlo dado todo (incluso más de lo que podía) para
poder beneficiar a los chicos, profesionales, familias y a la propia
Institución diocesana a la que he representado.
Los primeros años fueron muy duros, llenos de
tensiones y desencuentros. Lo pasé mal, pero me demostré a mí misma lo fuerte
que puedo ser cuando se convive con la injusticia y las deslealtades. Trabajar
por las causas imposibles es una debilidad que tengo y hasta puede que sea un defecto,
pero en la vida hay que moverse y hacer cosas, aunque sea para equivocarte.
¡También es verdad que la mayor equivocación es no hacer nada!
He trabajado en esta Casa para defender lo que creía
y creo que hay que hacer para dar calidad de vida y visibilidad a las personas
con discapacidad intelectual, a “mis chicos”.
También durante estos veinte años he buscado día a
día la mejor forma de caminar junto a todos los profesionales, utilizando como
herramientas la verdad, respeto diálogo, justicia, lealtad, solidaridad y
mucho... la EMPATÍA
Y, por supuesto, también he querido estar con las
familias, comprender sus situaciones, a veces sus desamparos y hasta sus
enfados. Todo mi respeto y afecto para ellas.
Ahora, cuando rememoro todo el pasado, me doy cuenta
de que fueron años de largos silencios, de remar mucho y con muchos
trabajadores en la misma y única dirección: nuestros chicos y su calidad de
vida. Fue una época de sacrificios, renuncias, de caer muchas veces y también
de levantarse con ilusión y entrega. Tengo que hacer una mención especial a una
mujer muy callada, gran observadora y, sobre todo, muy trabajadora que desde el
principio me siguió como si fuera mi sombra: María Teresa Vega ¡Cuánto hemos
pasado juntas y que gran aliada has sido! Tu y yo sabemos que ha merecido la
pena. Gracias infinitas y desde el corazón.
Así han pasado días, meses y años hasta que
Martiherrero se convirtió para la sociedad abulense en lo que siempre tuvo que
ser: una Casa Grande llena de personas a las que la vida les quitó mucho, a
veces hasta su propia identidad. He dicho siempre que son los que nunca piensan
en primera persona, siempre han sido los segundos y... lo saben y no protestan
y, además, no renuncian a su sonrisa. Solo buscan cariño, visibilidad (da igual
en la fila que estén o les pongan), quieren tiempo ilimitado para aprender y
así poder demostrar sus habilidades y lo que son capaces de hacer. A cambio de
todo esto dan ternura, tienen actitudes ante la vida que humanizan y
exteriorizan sentimientos a veces simples pero que realmente son los que nos
hacen mejores personas, más libres de ataduras y nos dan paz.
Tuvieron que llegar los cincuenta años de esta
Institución para tener el reconocimiento social que se merecía y también para
que se vieran los resultados de quince años de trabajo llevados a cabo por los
casi cien profesionales de esta Casa.
La empresa VIDICAM (nuestros amigos) nos ayudó y
también a través de ellos apareció en esta Casa una persona que con su
actividad convulsionaron de nuevo los cimientos de esta entidad. Salió a la luz
el trabajo de muchos años y la sociedad descubrió lo que había detrás de los árboles
de esta Casa. Gracias Esther Martín.
Fue en ese momento, y no en otro, cuando decidí
empezar este blog como un desahogo, una ventana abierta al mundo desde este
recinto. Empecé preguntando: ”¿Hay alguien ahí?”
Hoy sé que si había personas que, por curiosidad,
interés personal o... ¡vete a saber por qué!, se preocupaban de esta Casa;
puede que alguna lo haya hecho hasta para reírse o buscar cosas donde no las
había. En fin..., por lo que sean, nos han seguido. ¡Espero haber satisfecho
los objetivos que perseguía cada persona con su seguimiento!
A veces ha sido difícil exteriorizar, a través de
esta ventana, lo que nos pasaba, pero, aun así, he sido fiel a la verdad y a la
trasparencia, y todo llevado a cabo con rigor y objetividad. También es cierto
que me llevo muchas cosas guardadas dentro de mí. Es verdad que tardé mucho en
entender a determinadas personas que me han acompañado desde todos los
estamentos sociales, es verdad que me he rebelado mucho ante actitudes
incomprensibles y no es menos verdad que me voy sin comprender cosas que me
hicieron daño en su momento, me revolvieron por dentro y que, al final, me
enseñaron y demostraron lo primario que puede llegar a ser el ser humano.
También es verdad que, aun así, he procurado estar cerca de todas las personas,
de sus acciones, sus problemas, sus triunfos y, por qué no decirlo, he estado
cerca de los que sabía que me estaban engañando.
Llega el momento final de mi vida laboral. Espero
tener tranquilidad y paz para poder “VIVIR” y disfrutar de mi familia. Han sido
veinte años intensos y extensos a lo largo de los cuales tres obispos, D. Jesús
García Burillo, D. José Luis Retana y D. José María Gil Tamayo, depositaron su
confianza en mí, dejándome desarrollar y llevar a cabo acciones que beneficiaron
a esta Institución. Siempre tuve presente lo que me pidieron, aunque haya
costado mucho esfuerzo llevarlo a cabo y también con momentos de silencios y
llenos de soledad. También quiero recordar con afecto a D. Isidoro García,
sacerdote que dirigió durante muchos años esta entidad, que me recibió en el
año 2000 con mucho entusiasmo. La historia es la que se encarga de poner las
cosas en su sitio, pero tiene que ser pasado un tiempo y, así, poder hacerlo
con objetividad. Fue importante conocerle. Mi lealtad y honestidad para con
todos ellos y lo que representan ha sido total y absoluta, por eso me voy con
la cabeza muy alta y la conciencia muy tranquila.
Este blog, como os he dicho, nació para informar y,
sobre todo, para que quien lo leyera manifestara su respeto, no a Pura Alarcón,
eso es lo menos importante, respeto a los profesionales de esta Casa, a su
labor y a su entrega. Sé que todos ellos no hacen lo mismo (lo sé de sobra) a
nivel profesional, pero sí sé cómo es su actitud responsable y entregada cuando
se trata de actuar con los chicos y chicas que viven aquí. Solo por esto surgió
este blog, y volvería a hacerlo otra vez.
Ahora bien, llegó el momento de irme y conmigo se va
este blog. Lo cierro y así permanecerá para siempre. Es mi derecho y, además,
mi obligación. Gracias a todos los blogueros que han estado al otro lado de
esta ventana. Probablemente algunos, o muchos, no hayamos estado juntos
físicamente nunca, pero yo sí he sentido en algún momento su afecto y por eso:
gracias infinitas.
Dicen que la distancia es el olvido, pero
tranquilos, a mí eso no me ocurrirá mientras mi cabeza esté bien. Esta Casa une
y crea lazos indisolubles. Cuando se tienen vivencias fuertes y grandes, nunca
se puede olvidar porque, entre otras cosas, yo no voy a querer que suceda.
Un fuerte abrazo
PURA ALARCÓN